Según nos cuenta una antigua leyenda africana una joven muchacha quedó huérfana de madre, quedando al cargo de una madrastra posesiva y desprovista de afecto por ella. La joven iba cada día a visitar la tumba de su fallecida madre y pudo contemplar con el paso del tiempo como un árbol iba creciendo junto a su sepultura hasta alcanzar un tamaño considerable, para tiempo después comenzar a dar frutos.
Un buen día mientras visitaba la tumba escuchó como el viento le susurraba entre las hojas, diciéndole que comiese los frutos que éste le ofrecía y que su madre seguía estando a su lado. Con sorpresa la muchacha comprobó que aquellos frutos poseían un sabor realmente delicioso, además de que atenuaban la pena que sentía por su madre, y así, tomó la costumbre de comer cada vez que visitaba la tumba.
Pero su madrastra no veía con buenos ojos estas escapadas diarias, ni la afición de la joven por los frutos, así que encargó a su marido que terminase con el árbol. La muchacha, desolada, lloró amargamente por la pérdida del árbol que ella consideraba como una señal del espíritu de su madre, pero su pena no duró mucho ya que a los pocos días vio con sorpresa como una calabaza asomaba de la
tierra junto a la tumba.
Dentro de esta calabaza encontró unas pocas gotas de un delicioso néctar, el cual resultó tener un sabor fuera de lo común y también las mismas propiedades balsámicas para su pena. Desgraciadamente su madrastra volvió a enterarse y de nuevo envió al padre, esta vez para cortar la calabaza.
Cuando la joven vio la calabaza destrozada comenzó a llorar con desesperación pero su llanto fue interrumpido por el sonido de un arroyo cercano, y fue hacia el lugar para beber un poco de agua, comprobando con sorpresa que era mucho más refrescante que el agua normal. La madrastra volvió a enviar a su marido para que cubriese el cauce del arroyo con tierra.
Al descubrir esta nueva acción de su madrastra la muchacha lloró durante largo rato por su desgracia, viendo como todo aquello que enviaba el espíritu de su madre se perdía por la envidia de su madrastra. Tras un largo rato de llantos se sobresaltó al ver un cazador salir de la espesura del bosque, quien al ver el tocón del árbol muerto cayó en la cuenta de que aquella madera parecía muy buena para hacer un arco y unas flechas.
La joven le contó la historia del árbol y de su madre y luego le dio permiso para tomar la madera.
A su regreso a casa y prendada por la presencia del cazador, la joven habló con su padre y le pidió permiso para casarse, y éste le dio permiso pero a condición de que demostrase que era un gran cazador trayendo doce búfalos, los cuales serían usados para comer en la ceremonia de boda.
El cazador quedó aterrado ante esta petición ya que nunca había sido capaz de abatir a más de un búfalo, pero decidió probar suerte armado con su nuevo arco. Al poco tiempo de explorar tuvo la suerte de encontrarse con una manada de búfalos, y tras abatir al primero con una sola flecha disparó una segunda, y el segundo animal cayó también con facilidad.
Sorprendido ante la eficacia de aquellas flechas continuó disparando hasta abatir a doce búfalos antes de regresar a contar su hazaña. Así pudo la muchacha casarse y abandonar el hogar de sus padres, ante la sorprendida mirada de su madrastra
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