Hay en el sur de Chipre un territorio completamente desolado que hace muchos años era fértil y próspero. En este paraje se alzaba una espléndida ciudad llamada Sietelías, y si algún día un viajero vuelve a pasar por allí tal vez pueda encontrar aún los restos semienterrados de sus magníficos edificios. 


Aunque será mejor que no se entretenga demasiado observándolos, pues el lugar está maldito y resulta, por tanto, poco recomendable permanecer en él. La culpa de su ruina la tuvo un joven enamorado de una dama hermosa y agradable, la cual murió de forma repentina poco antes de que él regresara de un viaje. 

Al enterarse de la muerte de su amada, casi enloqueció de dolor. Buscó el blanco sepulcro de mármol en el que la habían enterrado, lo abrió y se echó dentro con ella. Hasta la mañana siguiente no abandonó su compañía. 

Nueve meses después, el joven escuchó una voz atronadora que, sin embargo, no venía de ninguna parte, la cual le dijo: “Vete a la tumba de tu doncella, ábrela y mira lo que has engendrado”. El muchacho se apresuró a hacer lo que le ordenaba la voz, y, al abrir la tumba, vio cómo una cabeza monstruosa salía
volando de su interior. 

Era horrible y deforme y su sola visión resultaba dañina. La cabeza vagó por las calles de la ciudad y por sus alrededores, llevando la desolación a todos los lugares por los que pasaba, hasta que no quedó nada más que un abismo de tierra estéril.

Esta macabra leyenda medieval la recogió por vez primera el erudito inglés Walter Map. Aquí nos hemos basado en la versión que incluye Juan de Mandevilla en su Libro de las maravillas del mundo, libro de viajes imaginarios que durante mucho tiempo pasó por verídico.

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