Hoy pisamos fuerte: hablamos de la masacre ocurrida en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, es decir, hablamos del 11-S, pues desde el primer momento así se refirieron todos (periodistas, historiadores, filósofos) a lo acaecido: un truco semántico con el que se quiso captar la relevancia del suceso, producir el acontecimiento.

Pero no venimos aquí a tratar el asunto por su vertiente lingüística-filosófica, sino desde la perspectiva conspirativa. Ha pasa una década: tiempo necesario para que la distancia nos permita observar las cosas con cierta distancia.

Y aunque no somos nosotros de los que gustan hacer incendiar los artículos con el bidón de gasolina, lo cierto es que el 11-S sigue rodeado de una serie de incoherencias tan notables que no nos queda más remedio que entrar al trapo. Recuérdese que las voces más críticas con la explicación oficial provienen desde dentro de los propio EEUU. Nosotros nos limitamos a recoger tales voces.

Sobre todo una que aparenta mucha credibilidad: la asociación norteamericana de “Arquitectos e ingenieros por la verdad del 11-S” que, junto con otros grupos, se manifiesta cada 11 de septiembre en Manhattan, al lado de las conmemoraciones oficiales, para pedir una investigación imparcial de lo ocurrido. Las razones que aportan los arquitectos son, sinceramente, abrumadoras. Muchas de ellas están recogidas en el documental italiano Zero, de hace un par de años. 

Recordemos algunas de tales razones:

- La rapidez con la que se produjo el derrumbe-colapso de las torres y, en relación con esto, el hecho de que se produjera sobre su propia base. Los mayores expertos en demoliciones lo tuvieron claro cuando vieron las imágenes: tal colapso, tan rápido y simétrico, solamente puede deberse a una demolición controlada.

En efecto, al principio las autoridades dijeron que el derrumbe fue causado por la acción combinada del impacto de los aviones con el ulterior incendio. Pero, respecto a lo primero, las torres estaban hechas, explícitamente, para resistir impactos de aviones. Y, por otra parte, hay un reciente ejemplo de un rascacielos incendiado: la Torre Windsor, que se construía en Madrid, y que ardió durante horas en 2005. 

El edificio no se colapsó.

- Sonidos de explosiones escuchadas por los supervivientes e incluso por bomberos y policías.
- El descubrimiento en el polvo de ceniza que asoló la zona tras el colapso de material termítico activo, esto es, rastros de nano-termita: una de las mejores y mayores sustancias explosivas que existen.
- El colapso, horas más tarde, de un rascacielos colindante: el WC7. Se derrumbó (¿por qué?) exactamente de la misma forma que las torres. El edificio albergaba oficinas de la CIA, del FBI, y de otras agencias de seguridad.

Y otras muchas. Por no hablar de los argumentos que causaron perplejidad desde el primer momento: por qué los cazas no salieron de las bases, etc, etc. Además, está el paripé del presunto avión sobre el Pentágono, probablemente (y aquí sí que hay pocas dudas) un avioncito no tripulado estrellado de modo voluntario por el propio ejército.

En fin, algo huele a podrido y, no amigos, esta vez no es en Dinamarca hamletiana. Pero nos falta el Shakespeare que sepa hacer, de tan turbio asunto, una obra maestra.

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