Ésta es una de tantas leyendas que corren en los pasillos de los conventos de Hidalgo. Era el año de 1978, el lugar: un convento convertido en escuela. Nuestros personajes: una generación de niñas de lo más traviesas según declaraciones de las monjas que dirigían dicho convento-escuela.


Este edificio había sido dividido en dos: de un lado se encontraban las celdas de las madres, mientras que de otro estaba la vieja pero sofisticada escuela a la que asistían niñas cuya colegiatura sólo podía ser solventada por gente de dinero.

Todo parecía marchar de lo más normal hasta que un buen día Marta comenzó a retraerse; nadie sabía lo que le sucedía, pues era una niña muy alegre y competitiva en clase. Su maestra creyó que era cosa de la edad y que en muy poco tiempo se le pasaría.

Pero no fue así, entre más días pasaban Marta se veía cada vez más retraída y triste; parecía como si estuviera pasando por una terrible depresión. Pero, ¿qué le podía faltar a una pequeña que al parecer lo tenía todo? Fue entonces cuando la maestra mandó traer a sus padres, pensando que se trataba de problemas familiares.

Pero por más que le dieron vueltas al asunto no pudieron dar con la razón por la cual Marta se comportaba de esa manera; la atención de sus padres hacia ella era buena; aunque con poco tiempo, siempre se daban un espacio para platicar con la pequeña.

Los días pasaban y la niña comenzó a alejarse de sus amigas; ya no salía al recreo y menos se juntaba con ellas. Todas le preguntaban que le pasaba pero ella no respondía.

Finalmente, Carla, quien era su mejor amiga, intentó ayudarla, pero sabía muy bien que para hacerlo, lo primero era averiguar que era lo que estaba pasando. Fue así como empezó el diálogo:

—¿Qué es lo que te sucede Marta?, ¿por qué ya no quieres jugar con nosotras?

Marta le confesó que desde hacía unos días veía una señora con pelo blanco que la llamaba, esa señora estaba en el fondo del salón y que sólo ella la podía ver. Carla sorprendida le dijo que allí no había nadie, que solo estaban ellas y la maestra, pero aun así, Marta insistía en que veía a alguien.

La a niña trató por todos los medios de que sus padres la sacaran de la escuela; estaba segura de que si permanecía en aquel lugar algo malo le ocurriría. Pero como era una buena escuela y al parecer sólo se trataba del capricho de una niña, sus padres no accedieron.

Un buen día, cuando todos se encontraban en el recreo, Carla se le acercó a su amiga, quien como de costumbre se había quedado en el salón de clases. La pequeña no alcanzaba a comprender por qué su amiga no salía al patio si decía que veía a una señora en el salón. Marta le confesó que era porque la señora no la dejaba salir.

Carla no creía lo que a ella le estaba pasando y no había manera de convencerla de que no había nadie en aquel lugar. En cuanto pudo tomó sus cosas y salió al palio porque consideraba que su amiga nunca iba a terminar con aquella historia absurda. Pero cuando iba a salirse, Marta la tomó de la mano pidiéndole que no la dejara sola, que tenía mucho miedo.

Carla trató en vano de tranquilizarla, sabía muy bien que faltaba poco tiempo para que terminara el recreo y si se quedaba ahí, se perdería el almuerzo. Salió como pudo, convencida de que Marta ya se había calmado.

Cuando volvieron todos del recreo no encontraron por ningún lado a Marta, lo cual era buena señal; se imaginaban que ya había aceptado salir al descanso; sin embargo, nadie la encontró en el patio, y por más que la buscaron no la encontraron. Ya cuando estaban convencidos de que lo mejor era reportar su ausencia a sus padres, escucharon su voz que provenía del fondo del salón de clases.

Como no veían a nadie, las monjas pidieron que las niñas salieran del salón, para investigar qué es lo que estaba sucediendo debido a que seguían escuchando la voz de Marta. La única que se quedó en el salón fue Carla, que era la más preocupada por la ausencia de su amiga; se acercó al rincón de donde provenía la voz de su amiga.

Pero cuál sería su sorpresa, que cuando se dio cuenta, en aquel rincón había una telaraña, la cual estaba muy vieja y gruesa, como si siempre hubiera estado allí; pero en aquella telaraña se encontraba una araña muy peculiar: tenía la cara de su amiga. De inmediato empezó a llamar a las monjas con tremendos gritos diciendo que era la araña quien hablaba.

Lo que sigue de la historia nadie la sabe con precisión; algunos dicen que la araña les habló diciéndoles lo que le había sucedido; otros más dicen que la araña simplemente se puso a llorar; y otros más afirman que corrió a esconderse entre los muros.

Desde entonces el salón de clases fue cerrado; no se le volvió a permitir el acceso a nadie. En cuanto a la niña, dicen que ahí se quedó y nadie pudo hacer nada por ella, porque de acuerdo con unas versiones, la niña fue hechizada por una bruja.

Han pasado muchos años de aquel desgraciado suceso. Algunos quisieron que la historia se convirtiera en leyenda para que nadie temiera entrar al convento. Finalmente la construcción fue cerrada, y aunque no puedo decir el nombre del convento por cuestiones éticas, sí les aseguro que todavía hoy en día, Carla, la amiga de Marta sigue llorando afirmando que lo que dice es cierto, y que por supuesto aquello fue una obra del mal.

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